El Acea Run Roma The Marathón 2023 ha finiquitado su nueva edición, tres años después de que se nos cerrara el mundo a quince días del maratón de Roma 2020 y las ilusiones por recorrer, junto a Filípides, las bellas calles de Roma, llenas de historia y de cultura y que solo cambiaron de forma y de sentido cuando el fino hilo de la vida se empeñó en estirarse tanto, que ya uno no sabía muy bien cuando iba a acabar todo, aún con la certeza absoluta de que todo acabaría alguna vez.
Pero la vida es así.
La vida es un maratón que se abre el mismo día en que uno decide que quiere gestarlo. En ese momento todo empieza a cambiar y ya no hay nada, ni nadie que pueda parar la ilusión por ese ser que, potencialmente, empieza a desarrollarse hasta cruzar la línea. Pudo ser Sevilla, Berlín, Milán o Jerusalén pero, finalmente, se gestó Roma y la materia empezó a transformarse.
Y el sustrato se formó.
Se desarrolló y empezó a ser en si. Pasando los primeros kilómetros con la felicidad del niño que apenas se da cuenta de que la vida pasa entre juegos de barrio con los amigos, con todo el tiempo del mundo por delante, para disfrutar entre trastadas, aventuras y despreocupaciones. Primeros kilómetros, enérgicos, eufóricos, llenos de carga emocional, donde el tiempo avanza sin que apenas nos demos cuenta. Expectantes, atentos, observadores,....nada queremos que se borre de la mente para grabarlo a fuego, entre fornidas conexiones emocionales de lo bello de la vida y de la belleza de Roma: Via dei Fori Imperiali, Coliseo Circo Máximo, Termas de Caracalla, Pirámide Cestia, la Basílica de San Pablo e Isola Tiberina.
De la nada a mitad de carrera.
Y se abrió ante los ojos, a mitad de la vida, la inmensidad de la Plaza de San Pedro, con su basílica al fondo, acercándose lenta y pausadamente zancada a zancada. Y uno quiere detener el tiempo, congelarlo. Quedarse anclado en ese lugar para siempre, impertérrito e inamovible. Maravillado, estupefacto y absorto, embobado y atónito,....pequeño e insignificante. Es la plenitud de la vida, la cincuentena. Cuando para los griegos, el hombre era plenamente un ciudadano hecho, sensato, concienzudo y sabio. Ese proyecto de futuro, materia sin forma, es ahora un hombre pleno. Y no cabe mayor felicidad en el maratón de la vida.
Pero siempre hay un doloroso final.
¿Qué es el dolor y qué es lo que duele? ¿Qué es lo que se espera que duela? ¿Las piernas? ¿El alma? ¿Qué es realmente lo que nos causa dolor? ¿Un golpe? ¿Una caída?...¿La tristeza? ¿O el recuerdo de tantos momentos bellos, únicos e irrepetibles que sabemos que no volverán?
Apenas se presta atención a lo que sucede alrededor. La belleza de la ciudad eterna se diluyó, como la vida pasa sin quererlo, tan rápidamente. Solo nos damos cuenta de ello, de que todo ha pasado tremendamente deprisa, cuando, serenamente, nos percatamos de que el tiempo no nos pertenece, sino que siempre estuvo ahí. Insignificantes visitantes que pasan, puntualmente, por su transcurrir. Como el Puente Milvio, donde Constantino derrotó a Majencio entrando victorioso en Roma y por lo que los romanos construyeron el Arco de Constantino.
¿Fue dolorosa la batalla de Constantino? ¿Y la de Majencio? ¿Sentirían ambos el mismo tipo de dolor? ¿Por las bajas de sus respectivos ejércitos? ¿Por la derrota? ¿Cómo sería el dolor de las victorias y derrotas en la Antigua Villa Olímpica de Roma de 1960? El dolor físico es pasajero. Pero lo es más cuando lo que no quieres que desaparezca nunca, de pronto, sin apenas darte cuenta, deja de existir y desaparece.
Porque cuando rodeas el Obelisco Flaminio en la Piazza del Popolo y ten encaminas por la Piazza de Spagna y la Piazza Venezia contemplando (si es que quedan fuerzas en el hilo de la vida del maratón), el balcón, inmenso, imponente y eterno donde Mussolini hablaba a las masas, camino por última vez de la Via dei Fori Imperiali, de esa línea que marca el antes y el después,...¡ya no hay dolor! Porque ese dolor ya es efímero. Solo paz, quietud y descanso sereno del espíritu, incólume por la satisfacción de toda una vida disfrutando de lo que realmente a uno le hace feliz.
Ahora toca pensar en gestar la siguiente vida, el siguiente maratón, para que todo vuelva a comenzar de nuevo y podamos seguir honrando a Filípides.
No pudimos encontrarnos en meta. Esta vez has sido tú el que has entrado antes que yo. Ahora solo me queda esperar a que llegue mi momento. Con la seguridad de que, cuando llegue, más tarde o más temprano, tú estarás allí, aplaudiendo y ofreciéndome tu mano para que yo también cruce la línea. Por ahora, solo me queda seguir disfrutando de lo que realmente me hace feliz, esperando que llegue ese día en que volveremos a juntarnos.