
Marisa siempre me había hablado de la ruta desde nuestros jóvenes años como scouts, pero en aquel momento, las circunstancias no permitieron la salida. A principios de este verano de 2011, una tarde de entreno ligero, pasada la temporada de carreras de montaña y mientras recuperaba mi malogrado hombro tras la caída de Peñalara, Luisa nos lanzó el guante para el final de verano y no dudamos en recogerlo tras el regreso de Palma de Mallorca.
Aunque lo bello no fue la única sensación experimentada. Sentir por momentos el vacio y la inmensidad en cada recoveco, cada curva, cada oquedad, en cada cómplice saludo con los amigos del camino merecieron la pena. Días después, todo nostálgicos nos sumergimos de nuevo en la cotidianeidad aunque no sin antes firmar una hermandad de por vida con Cabrales (cuna y origen del queso al que da nombre) y su entorno; con la amabilidad de sus gentes; y con el silencio y la quietud, en aquel lugar donde el tiempo parece pararse por momentos.
La actual senda data de los años 40 y 50 y en parte fue abierta para mejorar y mantener el canal de aguas que transcurre por ella. Fue abierta a base de pico y dinamita. Aún se pueden ver a lo largo del recorrido los agujeros perforados en la roca para insertar los cartuchos.
La ruta tiene una duración aproximada de 5 horas con unos 150 metros de desnivel aprox. siendo de dificultad baja. Se puede iniciar el recorrido desde Poncebos o Caín indistintamente. Nosotros elegimos salir desde el primero, tomar el almuerzo en el segundo y regresar sobre nuestros pasos hasta hartarnos de ruta, como finalmente no pudo suceder, pues nos quedamos con ganas de más.
Arriba, en Los Collados, donde quizá no pueda olvidar nunca que di de comer a una buena amiga, hicimos patente que una pequeña parte de Madridejos estuvo presente allí mismo.