7 abr 2020

Eran otros tiempos.

En otro tiempo los minutos pasaban lentos, tranquilos y sosegados. Pero se hacían eternos esperando la llamada de Valdehierro. Acompasaban los sonidos del monte, la fresca caricia del rocío al alba y el susurro del viento entre los árboles. Se detenían en cada piedra, en las infinitas formas nubosas imaginables, en cada mancha en el camino, en cada huella e indicio de la naturaleza.

En otro tiempo nos asombrábamos de lo afortunados que eramos por poder contemplar tan bello día y tan bella amistad, un espléndido amanecer, esa excepcional y copiosa nevada, una puesta de sol. El grácil salto del corzo con el sonido de nuestras zancadas, una oquedad en el risco, cada huella e indicio de vida, cada desafío en el vallado, el riesgo del descenso y el peligro en cada cresta.

En otro tiempo admirábamos cada regalo de la naturaleza y escuchábamos ensimismados sus secretos, sus historias, queriendo dar sentido a un ciclo de vida que se nos escapa. El silencio emocionado de nuestra ignorancia y estupidez.

En otro tiempo la sierra era nuestro tiempo y nuestro tiempo era la sierra.


       

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